
Quiero detenerme y ser indiferente a la marcha del tiempo, como el propio tiempo lo hace con nosotros. Somos tantas almas que van y vienen; meros productos, objetos de consumo en este mercado llamado mundo. Todos creen dejar huellas, pero se desvanecen con el soplo displicente del viento. ¿Acaso existen huellas reales en estos tiempos de buscadores obsesivos de “me gusta”? ¿En qué nos diferenciamos de esos actores de ficciones? ¿Somos actores o simples objetos inertes del decorado?
Quiero que el tren se detenga, no subirme en ascensores ni ser arrastrado por escaleras mecánicas. En el descanso, contemplaré y recordaré el camino recorrido sin juzgar, abrazado por el éter. Tal vez allí el tiempo no tenga direcciones y las personas no se preguntan constantemente para qué estamos y solo sienten, como átomos en el río que fluye.
Quiero estar en ese lugar, olerlo, sentir sus colores, envolverme en esas nubes de nieblas, escuchar las compañías que nos trae el viaje, oír los sonidos de la tierra, absorber sus fluidos, ser parte ínfima de su todo y no su dueño. Allí contemplaré lo que seré y me detendré antes de que el destino abra su libro; quiero hojas en blancos para escribir eternos principios con finales alternos.
Seré ese lugar y lo haré parte de mi vida, tomando una fotografía con mi mente. Será mi amuleto contra ese mundo loco de cemento que nunca se detiene. En esos momentos sé que estaré saboreando mi libertad.