El arte como herramienta

Jessi por su propia iniciativa organiza rifas, recolecta libros y materiales didácticos, y los dona a escuelas rurales.
Acordamos un día de noviembre para que la acompañara a una escuela rural donde se harían las donaciones. Tomé el ómnibus en Montevideo, Jessi se subió en Santiago Vázquez. Desde mi asiento y a través de la ventana la observé con su mate y una carga considerable de materiales que esperaba ser depositada en el baúl del ómnibus. Llevaba 4 atriles, pinturas, pinceles, acuarelas, hojas de garbanzos y unos cien libros para donar a la escuela rural en Cañada Grande, San José. De inmediato nos pusimos a charlar sobre su proyecto y su vida. Conoció la escuela a través de la ventana de un ómnibus que la llevaba todos los días a trabajar. Su curiosidad la hizo buscar información sobre aquel lugar, se comunicó con la directora y nació una idea.
Tenía un trabajo en Montevideo, una hija de ocho años, una vida repleta de obligaciones y necesidades. Sin embargo, en su tiempo libre volcó todas sus energías a ese proyecto. Eso sí, a veces se sentía sola o su ansiedad y el deseo iban en contra de los tiempos de otras personas y debía esperar " capaz atomizo un poco a la gente, los llamo una y otra vez para ver si puedo ir a buscar los materiales", me dijo con una sonrisa. Un atisbo de desilusión asomó en su rostro, aunque enseguida me contó que cuando se desalentaba pensaba en los niños. Está convencida del aporte del arte en la infancia, ya que considera que es un estímulo fundamental para el desarrollo humano y que todos debieran tener oportunidad de acceso a la misma.
Luego de una agradable charla, ambos hicimos silencio y nos alojamos en nuestras reflexiones. Mientras cebaba mi último mate me aboqué a pensar en la sociedad actual apabullada por las tecnologías, el consumismo, la play, internet, redes sociales, etc. La sociedad del aburrimiento inmediato y de la impaciencia que procura constantes estímulos a toda costa. ¿Acaso los niños tendrían tiempo para esas actividades?
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Nos bajamos en la ruta, del otro lado de la carretera se encontraba la escuela. Teníamos un gran equipaje, por lo que debimos cruzar más de una vez. En el último envión vinieron hacía nosotros las dos maestras con aquellos pequeños. Nos saludaron con entusiasmo y cortesía, y a continuación uno por uno y en forma ordenada lo hicieron los niños. Sin que pudiéramos hacer nada para impedirlo nos ayudaron con la carga.
Una vez en la escuela la maestra (Adriana) se presentó y nos contó de la historia de esta, de los niños, de los trabajos que hacían. Entre ellos diversas pinturas realizadas con diferentes materiales y técnicas. Luego llegó el turno de los pequeños, mientras uno se presentaba los otros hacían silencio. Supimos que muchos de ellos ayudaban a sus padres en las tareas domésticas y laborales, la mayoría en tambos. En sus palabras emanaban el amor por la naturaleza, por la tierra y la alegría por vivir el presente despreocupados del futuro. La miré a Jessi, creo que ambos estábamos absortos, incrédulos de estar en un lugar así.




Jessi, tras presentarse, entregó las donaciones. Quedé atónito observando aquellos rostros infantiles, entusiasmados con los libros, compartiendo con el compañero algún suceso que surgía en una página. Ella se sentó entre ellos, con una mueca de felicidad por verlos tan entretenidos. Pensé en guardar en una foto aquella expresión tan genuina, tan significativa en su rostro. Pero comprendí que ese momento le pertenecía solo a ella.
Adriana nos invitó a pasar al comedor, habían preparado lugares para nosotros. Comimos una tarta de atún y arroz con leche de postre. Al terminar, los niños fueron a lavarse las manos y Jessi aprovechó para recorrer la escuela. Me quedé charlando con las maestras, sabiendo un poco más de esa vida marcada por otro tiempo. Me contaron de sus experiencias en otras escuelas rurales, de la pureza de esos niños. Me sorprendí al saber que tres hermanas recorrían diez kilómetros en bicicleta todos los días para venir a clase.
Estuvimos hasta el final de la jornada, antes de partir nos obsequiaron algunos regalos y una de las pequeñas se acercó con un ramo de rosas para Jessi. Ella agradeció a todos y sonrió, creo que se contuvo para no lagrimear, de esas lágrimas que se originan en la satisfacción, en la alegría y el éxtasis que fluye al estar en paz.


Al regresar, ya en el ómnibus, compartimos maravillados nuestra experiencia. Ambos habíamos recibido una inyección espiritual única, de esas que te hace sonreír y creer que todo es posible. Jessi se despidió al llegar a Santiago Vázquez. Miré por la ventana hacia aquel paisaje que pronto se transformaría en cemento, humo y velocidades aceleradas.