Tormentas

Pedaleaba por el norte del Uruguay hacia dos meses cuando una fuerte tormenta me retuvo en el pueblo de Sequeira. Don Aureliano, un ex peón de noventa años,me alojó en su casa. Al segundo día sentí la adrenalina incontrolable de pedalear bajo la lluvia, pero él, muy nervioso, me retenía. Leí el miedo en sus ojos y, dejando de lado mi egoísmo, le pregunté qué le pasaba con las tormentas.
“Cuando era chico, cada vez que venían tormentas, se volaba el rancho y quedábamos a la intemperie con mis hermanos. Nos refugiábamos en el monte, se pasaba hambre y frío. Había mucha pobreza y poco trabajo. Nos manteníamos con la tierra. Se plantaba zapallo, boniato y maíz. La tierra se araba con bueyes y se comía mazamorra todo el día. Con un vecino juntábamos boniato de las chacras, lo poníamos en una lata y comíamos. Siempre se andaba con un pedazo de calzado y la ropa remendada".
Para Aureliano las tormentas eran el pasado y el presente, recuerdos latentes de una vida de sacrificios y lucha. Al escucharlo decidí quedarme y aceptar su invitación para comer una trotas fritas. Afuera los rayos de sol penetraban tímidamente en las nubes, anunciando el fin de la tormenta. Ya tendría tiempo para continuar.