Sobre una foto y el tiempo
No sé si las fotografías que hago son buenas o malas. Podría hablar de lo estético, del mensaje, etc. En realidad, no es una cuestión que ocupe mi interés.
Después de sacar una foto, siento un vacío importante. No sé explicarlo, pero solo quiero más. Me gusta el proceso: disparar, pensar en la luz, el ángulo, la ubicación de los objetos, las formas, los colores. A veces, cuando estoy en un sitio o frente a un paisaje, siento que entro en una máquina del tiempo. Me detengo a contemplar e imaginar a las personas que pasaron por ahí, las vidas que se construyeron, las banalidades que tejieron miles de historias.
Otras veces, es la foto quien me persigue. Se me hace imposible caminar sin detenerme porque veo algo y la ansiedad se vuelve incontrolable. Es una adrenalina única, obsesiva. Quiero hacer esa foto y tenerla cuanto antes. Cuando coloco el ojo en el visor, me abstraigo y desconecto del mundo. Es como si una nebulosa me atrapara y me llevara a otra dimensión, un lugar donde las cosas tienen sentido, donde las urgencias, el apuro y las preocupaciones no existen. Un espacio sin reglas, sin agujas que controlen los pasos, donde el tiempo se congela o se desarma. Ante mi ojo, todo pasa lento y en armonía.
Luego de apretar el disparador, bajo la adrenalina caminando. Me tranquiliza y reconecto con el mundo. De a poco, uno se obliga a adaptarse y encontrar sentido al sinsentido cotidiano. Con el tiempo, al mirar el resultado, no me despierta ninguna magia. Es una foto más, tan mía como de quienes la miran. Lo único que quiero es regresar a ese lugar donde el tiempo me pertenece.