Sobre la sensibilidad, la indiferencia y otras cosas
Todos los días camino por el Centro de la ciudad, después que los trabajadores se marchan a sus casas. Las calles se inundan de sombras, de gentes o fantasmas que hacen de los rincones sus moradas, de los escalones sus colchones y de cartones frazadas.
Cada tanto también camino por la mañana y siguen ahí. Hay quienes los miran con desprecio y asco, preocupados más por las fachadas de los edificios que por la salud humana. Otros se detienen brevemente y los observan con tristeza, con angustia, quizás cuestionándose cómo pueden ocurrir cosas así. Y hay quienes no los ven, no saben que están allí; son como una baldosa más, el cemento que pisan o las paredes a su paso. Solo se percatan de su existencia cuando estorban.
Sucede todos los días, son cosas que se han transformado en algo normal, cotidiano. Cosas que mezclan a la sensibilidad y la indiferencia, que las encienden y las apagan continuamente. Y esos seres humanos siguen ahí, a veces tirados o deambulando por las calles, transformados en “indigentes”, “vagos”, hasta que nuestra distancia olvida los sustantivos y los transforman en números.
A veces, una foto sirve como un recordatorio, un llamado de atención que rompe con lo cotidiano y revela lo irreal o absurdo de las cosas.