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Sobre la privacidad, los espacios y una cámara.

Sobre la privacidad, los espacios y una cámara.

    Estoy en el ómnibus, sentado al fondo. Hay poca gente, cada uno en su espacio, alejado del resto. Una mujer madura, ubicada en el medio, responde en voz alta la llamada en su celular. De pronto, todos los pasajeros nos enteramos de las dificultades económicas de su familia y de la incapacidad de su marido para afrontar la situación.


     Una señora sube al ómnibus, paga el boleto y le hace un comentario al chofer. Se sienta cercana a él y comienzan un diálogo, o más bien un monólogo del conductor, sobre la vida, los pormenores de la política y la ingenuidad de los uruguayos. La señora lo escucha y cada tanto sonríe con condescendencia ante la mirada furtiva del resto de los pasajeros.


     En el asiento de adelante, dos chicas planifican una selfie que revolucionará los "me gusta" de sus respectivas redes sociales. Sonríen y encuadran; el tipo detrás de ellas, incómodo, gruñe en vano y mira para otro lado. A ellas no les importa o no se han percatado.


     El chofer alza su voz. Habla de Trump, de las multinacionales, del conflicto internacionales, cita conspiraciones y de lo único que tengo certeza es de su convencimiento de que a él, "que ha visto todas", no lo engañan como a los otros. La señora del medio, tras una pausa, y mientras saca un pañuelo, relata orgullosa sus sacrificios familiares y las carencias que ha debido superar.


     El ómnibus frena, da paso para doblar. Miro a la vereda y veo a una famosa actriz salir de un Abitab. Le sonríe amable a un transeúnte y se va a una esquina a responder una llamada. Las chicas de la selfie se exaltan al verla, la endiosan con sus elogios y se rinden ante ella. La actriz cambia de expresión, hace ademanes de enfado, mira a los costados para ver si alguien la observa. Las jóvenes observan su actitud y la cuestionan. "Mirá la cara de orto que tiene", dice una, y la otra revive maliciosamente episodios de la vida privada recogidos por un programa de chimentos. Le sacan una foto antes de que su imagen desaparezca y se apuran por enviarla a un grupo de WhatsApp.


     Me bajo y, mientras camino, percibo que todo se repite con diferentes actores y escenarios. Siento una necesidad desesperante de conectarme con mi cámara fotográfica, de traer ese otro mundo, ese espacio liberador que, por un instante fugaz, es mío.

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