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Sobre el Ítaca

Sobre el Ítaca

     Todos tenemos sueños y nos desvelamos por ellos, aunque son pocos los que se animan a cultivarlos y están dispuestos a hacer los sacrificios que conllevan. Los sueños nacen puros, al alcance de nuestras manos, fáciles de sentir y tocar, hasta que chocan con el mundo y sus exigencias. Dejamos que los sueños se sitúen en el horizonte y lo aceptamos, refugiándonos en la esperanza de "algún día" cumplirlos.


      Y así, la vida pasa, y los días se arrastran convirtiéndose en años. Navegamos por el mar de la seguridad, y cuando alguien se desvía, le gritan: "¿De qué vas a vivir?", "¿Qué vas a comer?". La ironía es que nos hablan de sueños, pero los transforman en quimeras, palabras hijas de la inocencia. Día a día, somos condenados a la miseria espiritual en pos de la riqueza material.

      

      En los momentos de quiebre, las personas rescatan sus sueños, los transforman en salvadores de sus excusas diarias. Se preguntan, se cuestionan, y miran al horizonte, allí donde dejaron su sueño. Otra vez, como en la niñez, al cerrar los ojos pueden sentirlo, tocarlo y vivirlo. Pero al abrir los ojos, nunca dan el primer paso; ya no hay voces que los convenzan. Solo escuchan el sonido interno que dice: "Estoy viejo", "No tengo fuerzas", "Tengo deberes". Y se cumple el ciclo, transformándose en otra voz que silencia los sueños ajenos.


      Sin embargo, hay personas que escapan a esa regla, que deciden enfrentar el miedo, quizás de forma consciente o porque tienen la certeza de que en el camino algo grande e indescriptible los espera. Es la pasión que les habla, que los motiva, que los induce a cometer actos rebeldes e improbables, enfrentándose al hambre y a la escasez. Son personas que temen tanto o más que el resto, pero su fe es inquebrantable y su convicción es tan terca como valiente.


      Cuando alcanzan su sueño, lo comparten, lo cobijan, lo protegen, manteniéndolo día a día, porque se ha transformado en una realidad. Y hay un momento, tan efímero para los otros, tan eterno para ellos, en que miran atrás y todas aquellas piedras y obstáculos se han transformado en rosas y verdes praderas. Es la hora de volver al camino y seguir construyendo sueños.


©  Aníbal Nario

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