El cine

Es un cine sencillo, sin butacas costosas ni estrenos deslumbrantes. No se requiere pagar entrada; no hay críticas que destruyan ni directores condescendientes. No hay nada y, al mismo tiempo, todo; hay arte e inmensidad. Veo barcos que navegan entre monstruos y demonios, piratas que luchan con ansias de tesoros, esclavos que se rebelan y mujeres que se niegan a ser princesas.
A veces cierro los ojos y, al abrirlos, desfilan cientos de rostros. Algunos te sacan una sonrisa; otros se desvanecen en el olvido. Hay historias de amor, o de lo que uno desee, pintadas por la vida en las siluetas de las nubes y en el cielo. Historias con finales inconclusos o felices.
Sin embargo, la mayoría es indiferente a las obras que se proyectan. Yo, por mi parte, siempre tengo reservado un lugar para mirar el cielo, ya sea sentado en un cordón, recostado contra un árbol o sobre un colchón de arena. De vez en cuando, entre las obras, escucho el susurro inquietante del tiempo, aunque nunca logro entenderlo por completo.