El ángel de los viajeros
Había llegado a Constitución, acampé cerca del río y me dormí plácidamente. Al otro día, en la tarde, me fui hasta el muelle a sacar fotos. Cuando me iba escuché que me llamaban. Vi a un hombre sentado acompañado de su mate ¿Salió esa foto, amigo?, dijo. Más o menos, respondí. Nos quedamos charlando y me invitó a tomar unos mates. Así conocí a Enriquito, alias “el pájaro", o como le diría el último día antes de partir; el ángel de los viajeros.
Enrique tiene 64 años, es un hombre fornido, de manos gruesas que delatan su pasado como pescador y herrero. Vive en un ranchito humilde, de una pieza. Carece de electrodomésticos y agua potable, para conseguirla camina media cuadra hasta llegar a una canilla pública. Su cocina se limita a una pequeña garrafa y su único lujo es una radio a pila. Recoge leña y la vende a quienes van a la costa a comer un asado, ese es su sustento; para la comida. ¿Para qué más necesito?, dice sonriente. Los siguientes días las lluvias castigaron al pueblo. Así que me iba a lo de Enriquito a matear, comer torta fritas y charlar de la vida. Una noche le pregunté qué era el dinero para él:
“La plata es necesaria para el sustento de cada día, la comida y algún gastito, pero nada más. No tengo ambiciones, no quiero plata más que para comer. El mayor estímulo es que te vengan a saludar, que te reconozcan por el trato que diste, porque lo único que quiero dejar es ser reconocido como una buena persona. Es como una gran cosecha donde sembraste lo mejor de ti. A veces puedo querer plata, pero es para darme un gustito, ir a un partido de fútbol, o una buena guitarreada. Me parece que el dinero divide a las personas y absorbe el tiempo. Los hombres siempre están queriendo más, a veces no tienen para comer, pero andan mostrando lo que no tienen. Hacen plata y no vienen a charlar, te dejan de lado. Ojo, hay gente de plata que es excelente, viene y te saluda, pero cada vez se ve menos eso".